La calle de las que fuman

Con el sello del Ayuntamiento de Barcelona y de Galàxia Gutenberg en la primera página, Enric Vila, controvertido escritor sin duda, acaba de publicar un libro de título inocente. Breve historia de la Rambla. La cuestión es esa, que con el escudo del ayuntamiento en la presentación y con ese título premeditadamente anodino se corre el riesgo de confundir este libro de apenas 200 páginas en uno más de esos relatos entre historicistas y pintorescos sobre la más célebre de las calles de la ciudad. Sería un error. Breve historia de la Rambla es un bastante bien documentado ensayo sobre las épocas de vigor y de enfermedad de Catalunya a lo largo de los siglos tomando como termómetro de su salud todo cuanto acontece en ese bulevar. Es una propuesta atípica. Nada inocente. Puede que incluso a veces ofenda. Puede que en realidad la Rambla esté hoy tan a punto de la extrema unción por su degradante proceso de parquetematización que lo que necesita al final sea eso, un desfribrilador, un libro que recuerde todo cuanto allí ha sucedido desde que Pere III El Cerimoniós amplió las murallas de Barcelona hasta más allá del Raval y creó sin pretenderlo lo que sería la Quinta Avenida de la Edad Media.

Cuando Alfons el Magnànim permitió que sobre las paredes de la murallaoriginal (la que Pere III dejó dentro de la ciudad con la ampliación) se construyeran viviendas dio pie inesperadamente a una tradición que desde entonces, hace ya casi 600 años, se ha mantenido en la Rambla de forma ininterrumpida: el puterío. El libro no trata, por supuesto, del apego de esta ciudad al sexo de pago, pero es un motivo de reflexión que esa sea la única tradición imperecedera de la Rambla. Había otra. Durante siglos, la Rambla ha sido el sujeto protagonista de centenares de miradas literarias, de aquí, de allá y de acullá. Stendhal, Federico García Lorca, Josep Pla, George Orwell, Robert Hughes, Rubén Darío, George Sand, Gabriel Garcia Márquez... La lista es realmente muy extensa

Había siempre algo que, más allá de lo bullicioso o lo exótico, fascinaba a quien transitaba la Rambla por primera vez y tenía buena pluma para contarlo. «Siempre ha sido el espejo de las tensas relaciones entre Barcelona y el poder». Esa era su magia, sostiene el autor. En esa avenida se han sucedido algunos de los episodios más violentos de la historia de la ciudad, es el paradigma de cómo la quema de conventos fue en un tiempo el mejor concejal de urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona (así nacieron la BoquerIa, el Liceu y el Hotel Oriente) y ha sido, en definitiva, el altavoz muchas veces del malestar catalán. Ya no. Vila reconoce que de la Rambla ya no se habla como antes.

Esa puede que sea la tesis central del libro. ¿Qué le ha sucedido a ese bulevar? ¿En él ya no late el pulso de un país? Breve historia de la Rambla ofrece un diagnóstico.

Según el autor, tras la derrota de 1714 y la planificada destrucción del barrio de la Ribera y la construcción de la Ciutadella como fortaleza militar, la vida barcelonesa eligió definitivamente la Rambla como lugar donde expresarse. La presencia de las tropas en la zona de levante dio vida a las calles de poniente. Así fue, según Vila, hasta que cayó el gobierno de la segunda república, en 1939. «El franquismo hizo de la Rambla la nueva Ciutadella». Lo único que no cambió fue la presencia de lo que entonces se conocía como mujeres que fuman. «Con la llegada de la dictadura, los novelistas ya solo hacían ir a sus personajes a la Rambla para emborracharse o para ir de putas». Y así, hasta hoy.

En definitiva, Breve historia de la Rambla es, pese a su título, un recorrido reflexivo y a la par provocador, con el que no siempre apetece estar de acuerdo, pero también es, pese a todo, un pormenorizado relato histórico, recomendable para quien no sepa que Els Segadors fue en su origen una adaptación de una canción procaz que se cantaba a las campesinas, o para quien desee saber qué hacían los dirigentes del PSUC en el aún más indecente Panam¿s, o para recordar qué centenario diario de la ciudad que aún se publica se empecinó, en nombre de la modernidad, en eliminar la zona central de paseo de la Rambla para cederla a los coches...

La Rambla, dicen muchos, murió hace tiempo. Vila sostiene que no, pero admite que los barceloneses ya no van «porque saben lo que podría ser y sin embargo no es».